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19 agosto 2009

Dicen que

Dicen que en la vida cuando una puerta se cierra otra se abre, no se si es cierto o es otra de las cosas que inventan los conformistas de siempre; la cosa es que si vemos a las oportunidades o elecciones que tomamos como puertas que se cierran o abren, hay puertas que nunca se abrirán y otras que jamás se cerraran. Por ejemplo la puerta de la NASA no se abrirá a esta altura de mi vida para permitirme un viaje ida y vuelta en el transbordador, pero probablemente si se abrirían (si no investigan demasiado) para servirle café a los astronautas antes de partir, o pasar el lampazo. Hasta ahí es una teoria aceptable.
Ahora la cosa cambia cuando hablamos de los sentimientos. Entonces esas puertas que se cierran dejándonos afuera, la que se esperaban abiertas para entrar y que adivinábamos como el umbral a la dicha o la felicidad, y que se cerraron con trabas desde adentro,y que ya no nos permitirá saber si era así, serán reemplazadas por otras ?.
Sin entrar, quedándonos en la vereda sin resguardo, girando el picaporte sin ninguna esperanza, nos damos cuenta con dolor que no es por ahí donde se consigue lo que queremos y que no habrá ninguna otra que la suplante.
Hoy de regreso me detengo frente a la puerta, cerrada y sin posibilidades de que me deje pasar, y aunque ya no soy el que un día trató por todos los medios de que me cediera el paso, me gustaría que se abriera solo un poquito para poder ver en su mirada algo de lo que una vez vi.

18 agosto 2009

El espejo - Reedición

Entro al bar y con el clásico ademán de abrir el dedo índice y el pulgar le pido al mozo que me traiga un café, me paro frente al espejo de una columna y me acomodo el cuello de la camisa, paso las manos por el cabello para que no me quede sobre la frente y me siento en la mesa más próxima.
Un joven recorre las mesas del café ofreciendo a los parroquianos un retrato al instante por pocas monedas. Yo estoy esperando aburrido a mi cita, sentado a la mesa de ese café, acepto. El joven se sienta frente a mí y comienza a trabajar con carbonilla sobre un gran block de papel garbanzo blanco, tamaño oficio. El mozo me acerca el pedido y yo trato de no moverme para no dificultar la tarea y por casualidad descubro que, gracias al espejo que decora la columna donde me había detenido a observarme, en combinación con otro gran espejo que recorre a lo largo la pared a mediana altura, puedo observar perfectamente el trabajo del dibujante.
Después de unos minutos advierto con asombro que el dibujo va tomando la forma de una cabeza, con grandes ojos bien abiertos, mirando como con asombro, la piel muy pegada al hueso, y los pómulos sobresaliendo muy afilados hacía afuera. Las sienes adornadas con hilos de fino cabello blanco, que caen sin ninguna gracia a los costados, la boca con unos finos labios que dejan ver unos dientes desparejos y asentada sobre algo parecido a hueco. Horrible, debe haber un error, ¡acabo de verme en el espejo!. Luego escucho a un grupito de parroquianos que se ha reunido, de pie, alrededor del dibujante, mientras miran alternativamente al dibujo y a mí moviendo la cabeza de arriba a abajo, comentar con admiración el parecido.
Comienzo a transpirar sin poder evitarlo, pero no me atrevo a decir nada, me limito a retorcerme las manos. Estoy casi paralizado por lo que veo, haciendo un esfuerzo me levanto y dejando unos pesos sobre la mesa, huyo corriendo del lugar.